lunes, 28 de octubre de 2013

" A veces me dejaban coger libros de las estanterías de mi padre y sacarlos afuera, al patio, para quitarles el polvo: no más de tres libros cada vez, para no desordenarlos, para que cada uno volviera exactamente a su lugar. Era una responsabilidad grande y placentera, porque el polvo de los libros me estimulaba, y a veces olvidaba la misión, la responsabilidad y el amor propio, y me quedaba en el patio hasta que mi madre, preocupada, enviaba a mi padre, en calidad de salvador, a comprobar si había cogido una insolación o me había mordido un perro, y siempre me encontraba encogido en un rincón del patio inmerso en la lectura, con las rodillas dobladas, la cabeza ladeada y la boca un poco abierta, y cuando mi padre preguntaba, en un tono entre arisco y afectuoso, "¿qué te ha pasado esta vez?", necesitaba un buen rato para hacerme volver a este mundo, como si fuera un ahogado semiinconsciente que flotara en una lejanía inimaginable y poco a poco retornara, sin querer, al valle de lágrimas de las obligaciones cotidianas".


Una historia de amor y oscuridad, Amos OZ



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